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La autoexigencia, ¿amiga o enemiga?

¿Has odio hablar de ella? Para muchas personas en una fiel compañera de camino. Puede ser que la conocieras de pequeño, que tus padres, profes o alguna figura importante para ti la llevará mucho de la mano. Tan acostumbrado a verla, escucharla y dar por válido todo lo que decía, es posible que al ir creciendo y convirtiéndote en un adulto, seas tú mismo el que tiene una relación más estrecha de lo que te gustaría con ella.

Es esa eterna inconformista que habla desde la crítica, la comparación y nunca es amable con lo que eres y lo que haces, siempre quiere más. ¿Le vas poniendo cara? Puede ir disfrazada de perfeccionismo, pero su verdadero nombre es hiperexigencia.

Qué es la hiperexigencia: ¿de donde viene?

Cuando somos niños partimos de cero. Las experiencias, los feedbacks que vamos recibiendo y las relaciones con nuestras figuras de referencia van creando el marco de referencia a partir del cual entenderemos el mundo. Digamos que iremos fabricando las gafas con las que, de adultos miraremos lo que nos rodea y a nosotros mismos.

Para ir creando estas gafas, nos iremos quedando con mensajes que nos da nuestro entorno más cercano.  ¿Cómo respondían tus padres ante una tarea?, ¿te sentías o no reconocido? ¿el logro se orientaba en el resultado o en el proceso?   Cogemos mensajes del entorno más cercano y poco a poco, si estos son constantes en la manera de relacionarnos, pasamos a considerarlos reales y absolutos, convirtiéndose en mandatos que pasamos a repetirnos constantemente.

“No soy suficiente”

“Todo lo hago mal”

“No me merezco esto”

“Ya lo he vuelto a hacer mal”

“No voy a estar a la altura”

¿Te suenan este tipo de mensajes? nos los dice nuestra voz interior. Esas gafas que llevamos puestas representan la manera que tenemos de hablarnos a nosotros mismos. Nuestro diálogo interno puede resultar machacante y bloquearnos sino aprendemos a identificarlo y gestionarlo.

 

La autoexigencia, ¿es útil?

La autoexigencia nos lleva a motivarnos, quizá a desafiar nuestros límites y a ser constantes en nuestros objetivos y no rendirnos. El problema es cuando ésta no se cansa de buscar y buscar la perfección sin atender otras necesidades, aquí es cuando aparece la hiperexigencia.

Cuando la exigencia se convierte en hiperexigencia, deja de resultarnos útil. Quizá logramos el objetivo, pero no será de un modo regulado con el resto de las necesidades que tenemos y no habrá un equilibrio en todos los ámbitos de nuestra vida. Quizá por conseguir ese proyecto de forma tan perfecta, he descuidado mi familia o pareja, e soportado actitudes que me dañan o he abandonado mi autocuidado, todo por un objetivo.

¿Cómo diferencio la exigencia de la hiperexigencia?

Debemos tener claro el límite entre exigencia e hiperexigencia para así poder identificar esta última y aprender a gestionarla. Si hemos cruzado el límite, deberemos bajar el listón, ya que nos estamos pidiendo un imposible. En este punto, nos convertimos en eternos inconformistas, nos centramos en un aspecto olvidando que hay muchos más, y os más importante, que somos humanos y por lo tanto imperfectos

Aquí vemos algunos tips para poder reflexionar acerca de en qué punto nos encontramos respecto a nuestra exigencia y como diferenciarla de la autoexigencia:

  • Trata de ser consciente de tu lenguaje interno respecto al objetivo o tus cualidades, ¿Estás siendo amable contigo mismo o estás teniendo mensajes destructores?
  • El objetivo que te has planteado, ¿te motiva o te agobia? La exigencia bien gestionada debe retarte, pero desde la ilusión y la motivación. Cuando la exigencia está puesta muy alta, el objetivo agobia y asusta.
  • La exigencia te permite estar en tu proceso, seguir tu camino y tus tiempos. La hiperexigencia te mete prisa, te compara y no respeta tu ritmo, genera malestar.
  • La exigencia te valora y la hiperexigencia te menosprecia, te repite que “no eres suficientemente bueno”.

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